
Quién te iba a decir a ti que hoy sería
tu último día en este valle de lágrimas, la última
vez en ver el sol, en ver a tu mujer y a tus hijas. El día comenzó
como otro cualquiera: Suena el despertador a eso de las siete y media,
te desperezas, te levantas y haces el desayuno. Para ser totalmente
francos, el desayuno te lo hizo tu mujer, que es una bendita, además
de la madre de tus hijas. Miras el reloj, te percatas que se te está
haciendo tarde para ir al tajo. Con el último bocado sin digerir,
te despides de tu hija pequeña apenas cuatro añitos
-, y de la mediana, que frisa los diecisiete. La mayor ha levantado
el vuelo para formar su propia familia. Ley de vida. Antes de salir
por la puerta besas, también por última vez, la mejilla
de tu mujer, que te dice un hasta luego mecánico,
rutinario. Bien lejos se hallaba ella de adivinar que jamás te
volvería a ver vivo.
Alcanzas el ascensor, abres la puerta apresuradamente y te internas
en el garaje. El coche, contumaz, se niega a arrancar. Lo intentas una
vez, dos veces, tres veces
A la cuarta va la vencida. ¡Por
fin!, piensas. El viejo Ford Fiesta, renqueante, se niega a pasar
definitivamente por el desguace. Y tú bien que se lo agradeces.
Sabes lo que eres: Un mileurista con muchas facturas mensuales y escaso
parné. Lo sabes de sobra, un currante con conciencia de clase
y ganas de cambiar el mundo - dentro de tus escasas posibilidades -,
no puede permitirse el lujo de comprar un coche cada lustro. Eso es
para los ricos. Los proletarios sólo pueden permitirse la frivolidad
de cambiar de auto cada diez o quince años. Eso si no suben los
tipos de interés, no te congelan el salario y la inflación
no comienza a dispararse. Con suerte, acabarás por pagar el piso,
justo cuando comiences a cobrar la pensión de jubilación.
Mientras tanto, el curro te espera en el peaje de la autopista A-63.
Porque tú únicamente eres el cobrador de una insulsa autopista
peaje. Y a mucha honra, dicho sea de paso. Bien es verdad, que tu concienciación
política te ha llevado a engrosar las listas de una agrupación
política. ¡Qué más da que partido! Llegaste
incluso a ser concejal, aunque, a día de hoy, no participas en
la política activa. Te has cansado de recibir los insultos, las
amenazas e improperios de los niñatos que no tienen
ni la más remota idea de lo que significa la palabra dictadura
y que, en su vorágine pseudo-nacionalista, confunden la progresía
con el fascismo. A eso se le denomina: IGNORANCIA. ¿Dónde
estaban esos defensores de la patria, los paladines de la libertad cuando
las huestes del Caudillo hicieron acto de presencia, segando la democracia
incipiente y obsequiándonos, de paso, con treinta y cinco años
de penumbra? ¿Dónde estaban?
La puerta del garaje se abrió parsimoniosa y triste, acaso aventurando
el futuro inmediato. El morro de tu viejo Ford se asomaba timorato a
la calle, quizá presagiando la tragedia inminente. Cuando, de
repente, un tipo joven, salido de no se sabe dónde, se te acercó
raudo y cobarde como la muerte y te descerrajó cinco tiros traicioneros:
dos de ellos mortales de necesidad. No obstante, todavía tuviste
el aplomo y la sangre fría suficientes para salir del coche y
morir peleando. Pero tu asesino no es un guerrero, amigo mío,
todo lo más, un sicario. Tu asesino es un pelanas que sólo
sabe enfrentarse a los hombres por la espalda, es decir, con la seguridad
de que su integridad física nunca correrá peligro. ¡Qué
fácil! Tu asesino no es un hombre de verdad, tu asesino es un
rajado que se caga por las patas abajo cuando ve a las fuerzas de seguridad
del Estado dándole el alto en un control rutinario de carretera.
Tu asesino es un tipejo que huye del cuerpo a cuerpo, y, al menor indicio
de trifulca o pelea, rápidamente levanta las manos para salvar
el pellejo. Tu asesino brinda con champán cuando sus correligionarios
del sindicato del crimen matan a otras personas inocentes, y jalea esas
muertes como si él fuera el verdadero protagonista. Tu asesino
es un ser desalmado porque desalmado es el que no tiene alma
-, un integrista ataviado con los ribetes pseudo-progresistas, a buen
seguro aprendidos en alguna escuela de primaria perdida en los recovecos
más profundos del odio y la venganza. Porque ahí es donde
reside el auténtico problema, en la Educación y la Cultura
mamada desde la más tierna infancia. No nos engañemos,
ahí está la cabeza de la serpiente. Y el que no lo vea,
es porque está ciego o, simple y llanamente, es un lerdo.
Exangüe, sabiendo que la vida, cual reguero de sangre, tu sangre,
se te escapa por el asfalto, sientes, como no, por última vez,
las manos trémulas de tu mujer, acariciándote las mejillas
e implorando entre sollozos entrecortados por la desesperación
y la rabia: Aguanta, amor mío, aguanta; saldremos de ésta;
aguanta. Pero tú sabes que ya todo es inútil; tras
el reguero de sangre todavía cálida, tu sangre, que corre
rápida hacia la alcantarilla más próxima, se esfuma
tu vida, y, con ella, todos tus proyectos y esperanzas. ¿Qué
será de mi mujer, de mis hijas, de mi pobre y anciana madre,
que, con total seguridad, no podrá sobrevivir a la tragedia
?,
barboteas al tiempo que la vista se te nubla definitivamente.
No hay solución, todo se acaba.
Cuarenta y pocos años, esto es, en lo mejor de la vida; todas
las ilusiones truncadas por culpa una panda de descerebrados hijos de
perra, que segaron tus anhelos y tus sueños, que partieron en
dos a una familia y a la nación entera; los mismos miserables
que los medios de comunicación, y prácticamente todos
los políticos, tildan con el timorato eufemismo de violentos,
cuando el único calificativo que cabe para tamaña ignominia
es el de criminales.
Como los guerreros valientes, caíste en el asfalto, que bien
podría ser la arena de un anfiteatro romano o el campo de batalla.
Ya ves, sin comerlo ni beberlo, has pasado de ser un personaje anónimo
a convertirte en un héroe, amigo mío. Aunque me temo que
eso a tu familia ya poco le importa. Los asesinos, tus asesinos, son
tan cretinos que no se dan cuenta que se puede asesinar la carne, pero
nunca las ideas. Los asesinos, tus asesinos, son tan imbéciles
que todavía no han caído en la cuenta que es a través
del martirio como se ganan las guerras, aunque se pierdan todas las
batallas.
Sobre la tierra donde descansarás ya en paz para siempre, otro
ser anónimo como tú plantará una lápida,
y sobre esa lápida se imprimirá una elegía que,
a modo de epitafio, ensalzará tu vida y tu obra. Se podrán
mear en tu tumba y romper tu lápida en mil pedazos; lo que nunca
conseguirán esos mal nacidos es borrar de nuestras mentes y de
nuestra memoria la imagen de un hombre bueno y justo que murió
por proteger las libertades de los demás ciudadanos, que dio
lo más preciado que poseía por defender la vida de sus
semejantes. Y eso, amigo mío, eso jamás podrán
matarlo. Y que sepan tus verdugos que tú siempre estarás
vivo, mientras tu recuerdo permanezca indeleble en la mente de los que,
en verdad, te amamos y te seguiremos amando.
Inspirado en un hecho real.
A Isaías Carrasco.
Memoria, dignidad, justicia.
