INSPIRADO EN UNA CONVERSACIÓN ENTRE HOULLEBECQ Y ARRABAL.
Por Miguel Ángel de Rus
La oscuridad queda atravesada en ocasiones por un haz
de luz que circula de izquierda a derecha y de derecha a izquierda.
Podría pensarse que es un foco de un campo de concentración.
Induce al error el modo en que el hombre que está sentado deja
caer su cuerpo, los codos apoyados sobre las rodillas, los hombros vencidos,
el cigarro colgante de los labios con un rastro de humo que sube y se
dispersa. Hay un sonido repetitivo que podría ser el de las máquinas
de una cadena de producción ensamblando piezas metálicas
o música de consumo popular. El hombre tiene la vista fija en
algún punto, como obsesionado, levanta la cabeza, parece buscar
algo o a alguien por la derecha, después por la izquierda, y
vuelve a bajarla.
La música o el ruido de la fábrica, o quizá el
sonido de los tanques que pasan por encima de lago metálico,
persiste y llena el espacio.
-Ha sido maravilloso, por Dios.
La risa ostentosa de la mujer que llega es cómo una corriente
eléctrica en las sienes del hombre. Lleva un sostén negro,
de encaje, barroco, e intenta ponerse una blusa a la moda, pero las
caricias obscenas de su acompañante lo impiden. Lleva un hilo
de oro insertado en los labios para hacerlos más deseables, los
senos moldeados en quirófano, su maquillaje es un modelo de precisión
del nuevo arte, parece lógico que el hombre que se amontona sobre
su espalda esté loco de deseo. Ella tiene unos dientes bellísimos,
blancos, brillantes, regulares, falsos.
-Detente, por favor, ya está bien.
-Me has hecho perder la razón.
-¿Quieres decir que antes la tenías?
Las risas de ambos obligan al hombre a levantar el párpado derecho
y poco a poco la cabeza. El haz de luz no parece molestarle. Ha cambiado
el ruido de fondo, como si un grupo de niños golpearan cacerolas
con sus cucharas de un modo rítmico.
-Hola, marido, qué haces sentado ahí, con esa cara de
aburrimiento.
El hombre sentado tarda en contestar, como si pensara. Saca un nuevo
cigarro, lo enciende y habla mientras echa el humo.
-La esposa del señor se ha ido con un caballero extremadamente
elegante que acaba de llegar... quizá decir que fuera elegante
sea excesivo. Digamos que... había gastado mucho dinero en la
ropa.
El hombre que masajea los lumbares de la mujer escenifica un gesto de
sorpresa que procura parezca divertido.
-¿Mi mujer?
-Sí, amigo mío, su mujer. Nuestro acto sexual no ha sido
nada exitoso. No sé cómo puede soportar una pareja tan
poco estimulante. Es como acostarse con la señora de la limpieza.
-Por ello venimos a este club de intercambio, para ver si aprende y
para que yo pueda saciar mis necesidades con las mujeres de otros. Por
cierto, la suya es extraordinaria.
-Supongo. Lamento decirle que la suya me ha frustrado. Me he visto obligado
a cedérsela a un tipo con aspecto de cargador de muebles que
pretendía montar un número circense con ella y con su
propia esposa. Espero que no lo considere una incorrección por
mi parte.
-Por favor, cómo puede pensar algo así. Es para mí
un placer.
-Lo que mi marido ha hecho con su mujer lo hace habitualmente conmigo.
Es muy abierto, muy liberal, es un hombre que no tiene nada suyo.
-Le felicito.
El hombre se levanta de la silla con desgana, como si pretendiera agradecer
la felicitación, pero se dirige hacia su lado izquierdo.
-¿Han sido ustedes felices en la cama?
Ambos gimen al tiempo un sí que parece el maullido de un par
de gatos. Se miran a los ojos y en el aire queda un rastro de humedad
babosa.
-Me ha excitado mucho, cariño, creo que es el tipo de cuantos
he probado en este club que más placer me ha dado.
-En cuanto a su mujer, tengo que decirle que es una coinnaseur del sexo,
una experta, un auténtico lujo. Si no estuviera casada con usted,
le prometo que sería dichoso de fugarme con ella y vivir encerrados
en una habitación el resto de nuestros días.
Al escuchar la frase hecha, el hombre levanta una ceja.
-Mujer, ¿para ti ha sido igual de satisfactorio?
-Un volcán en erupción.
-Querida, nunca has visto un volcán en erupción. Así
que ambos han quedado extremadamente satisfechos del encuentro... Bien,
bien.
-Aquí se viene para satisfacer los instintos.
-No se crea, caballero, yo vengo para que ella disfrute y me deje en
paz. Si me lo permite, mi idea de placer es más bien estar sentado
en un cómodo sillón de cuero, rodeado por una gran biblioteca,
con una chimenea y con una de las paredes de la estancia de cristal
que me permita disfrutar de una gozosa contemplación sobre el
mar. Incluso añadiría al cuadro la posibilidad de que
hubiera una mujer que me quisiera y alguna pintura.
-Mi marido es un señor de los de antes. Es muy decimonó...
como se diga.
La mujer, entre risas por su simpática observación, acaba
de abrocharse la blusa y se retoca el pelo.
-Decimonónico. Soy decimonónico, según tú.
¿Amigo, de verdad usted se quedaría con mi mujer?
-Dejaría a la mía ahora mismo, lo firmaría con
sangre.
-Es suya. Cariño, ha sido un verdadero placer haberte conocido.
Esposa, cuando tengas una dirección avísame para enviarte
tus cosas y para ponernos de acuerdo en el día en que tengamos
que ir al Registro a borrar nuestra unión. Aquí no ha
pasado nada.
Se lanza a estrechar la mano del tipo en celo y con rapidez coge por
los brazos a su mujer y la besa en ambas mejillas.
-Que sean felices. Yo les doy mi bendición.
Se refuerza la habitual mirada de incomprensión de la mujer,
que balbucea algo que quiere ser una interrogación. Su macho
ocasional levanta las manos hacia el marido, que se aleja como si implorara
alguna extraña clemencia. El sonido de fondo ha pasado a ser
un estruendo eléctrico que bien podría recordar a un taller
o alguna nueva tendencia musical.
-Cariño... ¿estás de broma?
-No, no, no. Por Dios. Hablo completamente en serio. Tú eres
más feliz gozando con otros. Me has dicho que este caballero
ha efectuado sus labores de semental a la perfección, y ambos
sois felices. Te regalo. Él ha asegurado que tenerte colmaría
sus ilusiones. Pues bien; soy generoso. Sois respectivamente vuestros.
Cuando venga su esposa os explicáis todo entre vosotros.
-Perdone... creo que hay un error. Una cosa es acostarse con alguien
y otra es amar a esa persona.
-Bien, es su opinión. Tienen ustedes el futuro por delante para
discutir ese asunto que me parece extraordinariamente lleno de interés.
Ella usa dispositivo intrauterino, sus períodos son de veintisiete
días, invariablemente, y los dos días antes es aún
más insoportable de lo normal. Por lo demás, seguro que
serán felices. ¡Ah! No le interesa ni el teatro, ni el
cine, ni la música clásica, ni la literatura, ni el arte.
Además de una completa inútil, es secretaria y no la han
despedido porque se acuesta con el secretario General de la empresa,
un tipo bajito, acomplejado porque está cargado de hombros, un
poco cheposo, y no tiene educación.... empezó de botones
en su empresa, sin estudios... calcule cuántas frustraciones
habrá vaciado el pobre en esta mujer... No hay que servir al
que ha servido. Esta bella hembra, que ya le pertenece, de vez en cuando
fornica con algún compañero nuevo, preferentemente si
es de pueblo. En fin, más que una biografía, mi ex-esposa
tiene un historial sexual, pero dado que le hace feliz, no veo ningún
problema en ello. Porque... ¿usted no será uno de esos
hombres antiguos que pretende tener a su mujer en exclusiva?
-No, no... ya ve, traigo aquí a mi esposa a que libere sus pulsiones
animales. Soy un hombre moderno. Lo que sucede es que quedarme a su
mujer...
-Cariño, si es una broma ya vale. Dame mi bolso, que me voy a
retocar los labios.
El buen hombre coge el bolso de debajo de la silla, se lo da ceremoniosamente
a la mujer. Dice un hasta nunca sosegado y se marcha con
paso lento y aspecto de felicidad.
-¿Y ahora qué hacemos?
-No sé. Yo me voy.
-Pero él me ha regalado. Ahora soy tuya. Tienes que llevarme.
-No. Que se hubiera quedado contigo cualquiera de tus amantes anteriores.
Bastante tengo con mi esposa.
-Tú has dicho que te quedarías conmigo por siempre.
-Las palabras sólo sirven para mentir.
-Soy tuya, tú tienes la obligación
-Obligación, compromisos. Usas palabras aburridas. Ahí
viene mi esposa. Veo que sonríe. Hasta nunca.
-Eres un
Sus insultos son demasiado vulgares. La ira le surge del útero.
La mujer se queda momentáneamente abatida. Se diría que
está a punto de comenzar a llorar, pero no de pena, sino de rabia.
Intenta sacar un pañuelo para limpiarse los lagrimales y evitar
que se corra la pintura y cae una foto de sus dos hijos, con el teléfono,
apuntado en el reverso, del psiquiatra que los atiende. Son dos pequeños
bastardos desequilibrados, tienen sus mismos genes. Se limpia las lágrimas
y mira en el espejo el resultado. Por su escote asoman dos senos abultados.
Echa a andar con paso lento, marcando los movimientos, caderas a la
derecha, a la izquierda, hacia la barra del bar. Un camarero negro sonríe
con una enorme dentadura perfecta. Sus glándulas entran en acción.