
Ediciones Irreverentes apuesta fuerte por la narrativa erótica con una antología de relatos dedicada a la temática Voyeur. El martes 10 de febrero de 2015, a las 19,30h, Ediciones Irreverentes presenta la antología de relatos eróticos VOYEUR en la casa del Libro de Fuencarral 119.
Ediciones Irreverentes apuesta fuerte por la
narrativa erótica con una antología de relatos dedicada
a la temática Voyeur. El martes 10 de febrero de 2015, a las
19,30h, Ediciones Irreverentes presenta la antología de relatos
eróticos VOYEUR
en la casa del Libro de Fuencarral 119. Es una antología de escritores
de primera línea centrados en mirones y exhibicionistas. Hay
relatos de Antonio Gómez Rufo, Pedro Antonio Curto, Anunciada
Fernández de Córdova, Carol Sánchez Molero, Félix
Díaz, Abel Bri, Álvaro Díaz Escobedo, Juan Guerrero
Sánchez, Rosi Serrano Romero, Pablo Solares Villar, Nelson Verástegui,
Sara García-Perate, Francisco José Segovia, Manuel A.
Gala de Río, Luis Soler Dauchy y Miguel Angel de Rus. Junto a
autores clásicos como Pierre de Bourdielle, Charles Derennes,
Henri Barbusse, Felipe Trigo o Pierre Louÿs. 240 páginas
de alta intensidad en Voyeur.
El voyeur y la literatura
1En los comienzos de la literatura erótica se solía tratar la unión entre lo divino y lo terrenal, sin que a nadie extrañara que un dios de cualquiera de las religiones de aquellos tiempos, mantuviera relaciones sexuales con una mujer por el deseo de procrear o, lo más habitual, por puro placer. Habitualmente eran historias de sexo heterosexual, y cuando el autor buscaba enardecer los sentidos, solía dedicar su atención a las distintas posturas en que podían copular hombre y mujer, al sexo oral y en algún caso más extraño, al sexo entre dos mujeres. Todo era natural, no se concebía la perversión, sino que toda unión física tenía una razón de ser. Curiosamente, a pesar de la creencia de que son los hombres quienes más han escrito erotismo a lo largo de la historia, fueron las hetairas quienes hicieron los primeros tratados de contenido explícitamente sexual. Los más antiguos textos eróticos conocidos son de aproximadamente el año 400 antes de Nuestra Era, el autor es Aristófanes y el personaje femenino que los protagoniza es Lisístrata. En esos primeros textos, el erotismo tiene mucho que ver con la sátira, con la crítica social, o con los placeres de los dioses, pero curiosamente no se escribe apenas sobre el placer de ver el desnudo ajeno o de mostrarse desnudo con una finalidad erótica del acto en sí mismo. El sexo es placer, pero aparece sobre todo relacionado con la procreación. Quizá uno de los primeros personajes históricos relacionados con el placer de exhibir el desnudo y de mirar con discreción a la persona desnuda es el de Candaules, rey griego de los siglos VIII-VII antes de Nuestra Era, quien ideó un complot para mostrar a su esposa desnuda a su siervo Giges de Lidia sin que ella lo supiera. Ese momento de exhibicionismo -voyeurismo lo recreó William Etty en este fantástico cuadro.

Aquello acabó mal, porque la mujer ordenó
a Giges elegir entre matarse a sí mismo o matar a Candaules para
castigar su falta. Giges mató al rey y lo reemplazó en
el trono, como parece razonable. Este es el origen del término
"candaulismo" usado por primera vez en el libro de Richard
von Krafft-Ebbing: Psychopathia sexualis. Eine klinisch-forensische
Studie, que, como parece obvio, trata del placer de mostrar a la propia
pareja desnuda; es una variación del exhibicionismo en la que
el sujeto exhibe a su esposa o amante. Se la considera una parafilia
asociada a la obtención de placer sadomasoquista al presentar
en vivo a su pareja desnuda. Esta moda tardó varios siglos en
consolidarse, pero en el S.XX se convirtió casi en pandemia,
millones de hombres disfrutaban del hecho de que su mujer estuviera
total o parcialmente desnuda en playas y otros lugares públicos,
e Internet rebosa de relatos "verídicos" de hombres
que disfrutan con el desnudo público de su mujer o novia. Curiosamente,
este tipo de relatos se publican igualmente en webs francófonas,
anglófonas e hispanas, con autores tanto de España como
de Hispanoaméricamérica, de Francia como de Estados Unidos.
La globalización de esta moda sin duda tiene que ver con los
medios de comunicación que, de un modo machacón, han impuesto
una nueva moral desde los años 60 del siglo XX. Coincidiendo
con la guerra de Vietnam y las protestas juveniles se incitó
a los jóvenes como desviación de sus intereses revolucionarios
a otros tipos de "revolución", como son el uso de drogas
y la "revolución sexual", que incluía la quema
de sostenes, el desnudismo y el amor libre. Aquello caló hondo
en las mentalidades. Cualquiera con un poco de memoria podrá
recordar cómo a finales de los años 70 en España
no se veían los pechos de las mujeres en las playas, pero una
década después era un uso habitual. Con el tiempo, pasa
a la literatura esa relación entre exhibicionista y voyeur. ¿Moda
fugaz? Casi todos los comportamientos del ser humano lo son.
Se puede apreciar en la ilustración de Franz von Bayros que el
deseo de Candaules de mostrar desnuda a su esposa permanece en el tiempo,
aunque en esta caso, el papel del rey griego lo interpreta un Arlequín,
y quién está escondido para mirar, y por su gesto, para
disfrutar del cuerpo exhibido, es alguien de clase superior.
Moda fueron los vestidos en los que los senos se mostraban generosamente,
moda fueron los recatados vestidos que cubrían hasta el cuello.
Moda fueron los ropajes que disimulaban los senos y los sostenes que
los marcaban duros y puntiagudos.
En el S.XIX, principalmente en la Inglaterra Victoriana, se esconde
el cuerpo cuanto es posible, lo que incita a mostrarlo buscando la protección
de la exhibicionista de tal modo que quede protegida ante la ley y los
hombres.
Comparando la gracia, belleza e ingenuidad de estas imágenes
con los desnudos obvios, en lugares públicos, y sin perderse
el más mínimo detalle que impera en la época en
la que se escriben estas líneas, comprendemos que la cultura
y las modas de pensamiento nos hacen vivir no como creemos que queremos,
sino como impone cada época.
Renacimiento y erotismo
Es a partir del Renacimiento cuando el sexo
entra en los libros, de la pluma de autores como Pierre de Bourdeille
o Bocaccio. En nuestra época, y consideramos nuestra época
desde el S.XIX, así pues, desde la Revolución Francesa,
desde el Siglo de las Luces, el
voyeurismo y el exhibicionismo, siempre tan unidos, comienzan a
aparecer con mayor asiduidad en la literatura. El deseo de mirar o exhibir
se da en textos recogidos en este volumen como los de Charles Derennes,
Henri Barbusse, Pierre Louÿs o Prosper Mérimée. Georges
Bataille, con el libro titulado La historia del ojo (1928), publicada
bajo pseudónimo, exploró las sensaciones y las relaciones
sexuales entre dos adolescentes exhibicionistas. No menos amantes de
la exhibición impúdica son Alfred de Musset en Gamiani,
dos noches de pasión o Apollinaire en
Las hazañas de un joven don Juan.
En ocasiones el relato erótico se enmascara tras supuestasmideas
moralistas de los autores -autoras en bastantes casos- que dicen mostrar
vicios y pecados como forma de prevenirlos, aunque el resultado es más
bien excitar la curiosidad del lector.
Es interesante constatar cómo en un relato del Marqués
de Sade, en el que una muchacha provinciana tan ingenua como vanidosa,
va a París, el engaño al que es sometida, su desnudez
pública y el abuso que de ella hace un grupo de pillastres no
resulta, en absoluto, un aviso del peligro de la vida "moderna",
sino un excitante ejercicio de voyeurismo para el lector, que va viendo
en su imaginación cómo la muchacha es engañada,
desnudada, abusada y robada, con más excitación y diversión
que con conclusiones morales.
El sexo y su representación cotidiana pasa a ser algo común,
no sólo en literatura, sino en las artes, sin necesidad de excusas
mitológicas.
Anaïs Nin fue una de las primeras representantes de la literatura
erótica femenina. Popular en el siglo XX por sus diarios, que
cuentan su vida desde los doce años, Anaïs Nin desarrolló
muchos temas eróticos en sus obras, como el incesto, el voyeurismo
y el lesbianismo. Aunque es una novela dedicada a la dominación,
a la caída en el masoquismo, en todos los vicios sexuales posible,
el voyeurismo del protagonista de Historia de O, de Pauline Réage
(pseudónimo de Dominique Aury, nacida Anne Desclos), es de los
más conocidos. Él es un hombre maduro, casado, y ama a
una muchacha a la que lleva al castillo de Roissy, donde una sociedad
secreta la inicia en un rito de sumisión y esclavitud sexual,
sometiéndola a humillaciones que ella acepta por amor. Todo lo
contempla él, convertido en mirón. Y no podemos obviar
el clarísimo contenido voyeur de Lolita, de Nabokov.
El protagonista sufre viéndola, deseándola, pero incluso
se convierte en voyeur de su caída. Es un voyeur de la
clase más perseguida, el que mira a la menor, el que se deleita
con su belleza naciente. Y mucho menos sutil, más brutal, el
exhibicionismo de Nueve semanas y media, de Elizabeth McNeill,
en el que la protagonista, en una relación de dominación,
hace claras demostraciones exhibicionistas.
El voyeur mira, pero además, es mirada, así ocurre
en la novela Diario de una voyeur, de Maya Reinolds, en la cual
la Davis tiene un vicio: espiar a sus vecinos durante sus momentos íntimos.
Noche tras noche, detrás de cada ventana, Sandy encontraba material
para sus fantasías. Hasta que una noche sonó el teléfono
y alguien le dice que la han espiado observando, y cambia su vida.
En la actualidad, hay muchas webs especializadas en erotismo que tienen
su apartado para relatos eróticos en el que sucede lo mismo,
sean webs en español, inglés o francés; los relatos
voyeurs se presentan casi siempre como experiencias propias: chicas
que muestran sus senos en la playa por primera vez, novios que disfrutan
al ver a su novia desnuda entre sus amigos, incluso hombres que tras
años de matrimonio necesitan mostrar desnudas a sus esposas para
reavivar la pasión. El voyeur disfruta de la visión
de la chica que se desnuda en público por primera vez o de la
visión de la mujer madura, pero en no pocas ocasiones, esa contemplación
va más allá. El lugar preferido de la mujer para ser vista
desnuda es la playa, lugar que suele estar repleto de gente, por lo
que la exhibición puede ser controlada. Es difícil que
el hombre se acerque a ella con testigos, y si se acerca, puede ser
fácilmente rechazado. Así puede mostrarse sin miedo. Y
en esa promiscuidad multitudinaria, el tímido es feliz; contempla
cuerpos desnudos sin compromisos, sin miedo al rechazo. Todas se le
ofrecen y puede gozar de su fantasía.

Es en esta época de exhibiciones y contemplaciones, en la que la literatura voyeur se expande más que nunca. Mujeres desnudas se ofrecen a través de la cámara del ordenador de su casa, millones de hombres las contemplan desde su soledad. Ante el cambio en la percepción del voyeur, Ediciones Irreverentes se planteó el nacimiento de este libro, dentro de su colección Incontinentes, en el que se recogen diversas formas de entender la contemplación gozosa a través de los tiempos.
Los autores
Pierre de Bourdeille es el primer autor,
cronológicamente. Sus mujeres galantes tienen en ocasiones maridos
complacientes, en otras están a albur del deseo del poderosos
de la época y en otras son ellas las traviesas. Con la confusión
de sentimientos ante los cambios de costumbres, tenemos los textos de
autores como Charles Derennes, Henri Barbusse (que nos lleva
a un auténtico infierno) y en un tono más lúdico,
ácido, divertido e irreverente, el de Pierre Louÿs,
que quizá escandalice, pero si se mira alrededor
y dentro
del grupo de los clásicos, está Felipe Trigo, que
ironiza sobre la necesidad de llevar una sexualidad más "normal".
Entre los autores contemporáneos, hay una fantástica selección
de escritores de España, Venezuela y Colombia, con Anunciada
Fernández de Córdova, Carolina Sánchez Molero,
Félix Díaz González, Abel Bri, Álvaro
Díaz Escobedo, Juan Guerrero Sánchez, Rosa Serrano,
Pablo Solares Villar, Nelson Verástegui, Sara García-Perate,
Francisco José Segovia Ramos, Manuel A. Gala de Río y
Luis Soler Dauchy que muestran diversas formas de entender este
tipo de placer solitario, desde las más elevadas hasta las más
gamberras.
Dejo para el final a dos clásicos vivos del erotismo, Pedro
Antonio Curto, autor de la que quizá sea la mejor novela
sobre el voyeur de nuestra época, Decir deseo: Esta novela, hija
de Bataille, de Schnitzler y de Junichiro Tanizaki, trata de la relación
sexual que mantienen un minero desahuciado y una joven prostituta en
una casa en la montaña, bajo la lluvia, a la que accedemos a
través de la mirada de un tercero, es un clásico del erotismo
culto, profundo y elegante. Su relato nos fascina desde las primeras
palabras: "Ella le mira, él le mira", que en su simpleza,
nos hacen comprender toda la grandeza del juego de la seducción.
Antonio
Gómez Rufo, quien tuvo sus devaneos con el erotismo en
aquellos tiempos en que Interviú era la revista clave para el
amante del desnudo femenino y del relato erótico, que él
cultivó con maestría, nos muestra a un escritor que -cosa
extraña- sufre una crisis creativa, y nada mejor para la crisis
que la diversión. Gómez Rufo demostró ser un maestro
del erotismo, la diversión sexual y el manejo de los ritmos en
una novela que quedará para la historia, El
señor de Cheshire, obra imprescindible para vivir
una sexualidad sana en la cárcel.
Al ser el editor de este voyeur, me he permitido la licencia de concluir
el volumen con un relato en el que cuento lo que me ocurrió en
una ocasión en París, en el cementerio de Père
Lachaise. Quizá no me crean, pero es algo a lo que estamos acostumbrados
aquellos que pasamos más tiempo en nuestra imaginación
que en la realidad.
Encontramos en estas páginas desde el erotismo más elevado
o el más sutil hasta erotismo del más cercano. Desde estilos
literarios muy cuidados, incluso con textos muy adornados, hasta relaciones
de hechos realistas o incluso naturalistas. Se pretende hacer una muestra
diversa de las formas de entender la relación entre quien muestra
y quien mira, e incluso con aquellos que imaginan. Como diría
el maestro Berlanga, que ustedes disfruten la lectura de este libro
sujetándolo con una mano.
Miguel Ángel de Rus