Breve extracto de una conferencia de Miguel
Angel de Rus sobre Mujeres fantásticas, entre el cielo
y el infierno, pronunciada en el IV Ciclo de Literatura Fantástica
del Museo Romántico.
Quizá no sea injusto afirmar que los escritores vuelcan parte
de sus obsesiones en sus obras. Un ejemplo preciso sería el de
Villiers de lIsle Adam, quien escribía en el suelo, ya
que no tenía una mesa, mezclando tinta con agua, en papeles usados,
su Eva Futura, una de las más grandes novelas del S. XIX. Villiers
creaba a un Edison equiparable a Dios, una mujer perfecta, mientras
él apenas tenia qué comer.
El incesto, el amor a la sangre de la misma sangre, ha sido y es un
tabú en la casi totalidad de épocas y culturas conocidas.
García Márquez hace sentir a la Úrsula de Cien
años de soledad que ella y su marido estaban ligados hasta
la muerte por un vínculo más sólido que el amor:
un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí.
Su familia temía que dos razas secularmente cruzadas engendraran
iguanas o que sus hijos tuvieran una cola cartilaginosa en forma de
tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. El apartado
pueblo de Macondo compartía el tabú del incesto con los
lejanísimos aborígenes de Australia, que, en palabras
de Freud, Son considerados una raza aparte sin ningún parentesco
físico ni lingüístico con sus vecinos más
cercanos. (
) No construyen casas ni cabañas sólidas,
no cultivan el suelo, no poseen ningún animal doméstico
e ignoran incluso el arte de la alfarería. No tienen ni reyes
ni jefes. (
) No podemos esperar que estos miserables caníbales
desnudos observen una moral sexual próxima a la nuestra o impongan
a sus instintos sexuales restricciones severas. Pero, sin embargo, imponen
la más rigurosa interdicción de las relaciones sexuales
incestuosas.
Quizá desde tiempos muy lejanos, los hombres hayan conocido los
problemas derivados del reiterado cruce de genes y eso haya llevado
a una prohibición de todo placer derivado de las relaciones sexuales
entre personas consanguíneas. Probablemente, el ejemplo de hombres
poderosos, de reyes, sea el que marcara en la sociedad este miedo. Como
caso más significativo en nuestra cultura tenemos el del último
Austria reinante en España, Carlos II, el Hechizado; las
enfermedades de Carlos II tenían una base firme en problemas
de consanguinidad y taras hereditarias, contenían siempre un
prioritario componente psicológico.(
) La consanguinidad
fabricó un terreno abonado para que un ser tan desgraciado
como Carlos II, padeciere una serie tal de enfermedades, que lo sorprendente
fue que viviera 39 años. Raquítico y en el límite
de la normalidad intelectiva, fue el monarca un impotente y un melancólico.
Quizá esa tan rígida prohibición que llevamos marcada
en nuestros genes, en nuestra cultura, sea la que haya incitado a algunos
escritores sin temor a pecar, y principalmente dentro de la literatura
fantástica, a convertir sus represiones en un ansia creadora
en la cual el incesto se ha convertido en algo subyugante, en el máximo
exponente del placer, de la lujuria. Nada hay más atractivo que
lo prohibido. Y quién, sino el irreverente conde Potocki, maldito
entre los malditos, hombre de vida de leyenda, luchador contra toda
censura, aventurero, desterrado, solitario y lúcido suicida,
podía escribir una de las cimas del amor incestuoso como es el
encuentro entre las hermanas Emina y Zibedea y su supuesto primo, el
caballero hispano tudesco de la Guardia Valona Alfonso Van Worden. Su
Manuscrito encontrado en Zaragoza es no sólo una
joya literaria, un juego de cajas chinas, una novela excesiva, sino
que se convierte en un catálogo de perversiones, de juego con
el amor y la muerte, una herejía inaceptable para la moral dominante,
que permite todos los excesos a los poderosos reyes, nobles, militares,
clero- y que subyuga al pueblo mediante la ignorancia, la prohibición
y la represión. Así pues, las perversiones demoniacas
de las hermanas Emina y Zibedea son para la iglesia pecado que conduce
al infierno, pero se convierten en un acto de liberación para
las mentes atormentadas por casi dos milenios de cadenas. Y lo hace
con tan exquisita como sencilla prosa. Afirma Emina: Somos hijas
de Gasir Gomélez. (
) No hemos tenido hermanos, ni hemos
conocido a nuestros padres, de modo que, encerradas entre las paredes
del serrallo, ignorábamos por completo al otro sexo. Sin embargo,
como ambas nacimos con una extremada propensión a la ternura,
nos amamos la una a la otra con gran pasión. (
) Pasábamos
los días jugando en la misma mesa y dormíamos en la misma
cama. (
) Aprovechamos un instante en que el armario prohibido
estaba abierto y sacamos a toda prisa un librito que resultó
ser Los amores de Medgenún y de Leila. Esta obra divina, que
pinta ardorosamente todas las delicias del amor, inflamó nuestros
sentidos. No podíamos comprenderla bien, porque no habíamos
visto a personas de vuestro sexo, pero repetimos sus expresiones. Hablábamos
el lenguaje de los amantes. Hice hablar mis miradas, me prosterné
ante ella, besé la huella de sus pasos, conjuré a los
céfiros para que le llevaran mis tiernas quejas y con el fuego
de mis suspiros creí encender su aliento.
¿Podría el más severo sacerdote, en nombre de un
dios que nos han dicho que es amor, condenar a tan amorosas hermanas?
Quizá desde el fundamentalismo, estas fueran mujeres que nos
conducen al infierno, pero su dulzura y puro amor, su falta de deseo
de hacer daño a nadie, las limpia de pecado. Y Potocki, como
un nuevo Bautista que purifica de toda mancha, las hace llegar al conocimiento
por medio del libro, del libro prohibido. La literatura fantástica
escasamente tomada en serio por seres juicios y aburridos- permite
decir aquello que el escritor realista autocensuraría. Pero en
la fantasía, quizá en la locura, se dejan escritos como
sobre la piedra, dos mensajes que se convierten en ley: el amor puro,
sin maldad ni daño, aún siendo incesto, es admirable y
está libre de pecado; y, segundo, el libro, la literatura, el
pensamiento plasmado en el papel, es el único agente liberador
del hombre, abre un mundo mucho más grande de lo conocido. Dignifica
y nos convierte en un ser superior.
Potocki nos muestra a la mujer que nos lleva al cielo y al infierno.
Nieva, en su versión nos muestra a un Alfonso de Worden atónito,
cristiano viejo a punto de caer al abismo cuando dice a las hermanas
Habéis venido para insultar la prosapia cristiana de mis
apellidos. No tengo nada que ver con vosotras. ¿Creíais
que me ibais a encandilar con vuestros camisones y vuestros perfumes,
con estas luces y estos cantos de negras? Emina sonríe
y le responde Pertenecemos a mundos distintos. Son otras las costumbres
y los usos. Alfonso, nos ofendes. ¿No te vendría mejor
relajarte, mirándonos bailar desnudas para ti, jugando con nosotras
como con dos hermanitas de confianza? Y apostilla Zibedea Vamos,
sé valiente con tus bellas primas, zambúllete con ellas
en lo prohibido de tu religión y tu placer será mayor,
un placer perfecto. Al placer siempre lo perfecciona la culpa ¿verdad,
Emina? A lo que ésta responde Por supuesto. Déjate
llevar por nosotras. Somos verdaderas doctoras en los bienes del cuerpo,
en sus más secretos intríngulis. Hemos tratado mucho esa
materia en nuestros estudios y consultado hasta con médicos perversos.
Para acabar de sonrojar y enloquecer a Alfonso de Worden al escuchar
a Zibedea Y practicado mucho entre nosotras. ¡Muchísimo!
Desde que éramos pequeñas. Nos prometimos fidelidad carnal
desde entonces, ahora somos mariditas enamoradas la una de la otra.
(5) Fidelidad carnal, la mayor fidelidad, ¿qué más
da que la imaginación vuele, si se entrega el cuerpo, lo único
tangible, cognoscible por nuestros sentidos? Las incestuosas hermanas
saben de amor y comprenden que las falsedades de quienes son infieles
de cuerpo y dicen ser fieles de alma no son sino excusas ante el juez,
mentiras dichas para ser creídas sólo por quienes quieren
ser mentidos. Las amantes hermanas son mujeres que nos llevan al infierno,
pero quizá, el hombre no sepa dónde están cielo
e infierno y en su aturdimiento, confunda los términos y el infierno
incestuoso y tórrido no sea sino el Paraíso tan ansiado.
Pero, si bien la obra de Potocki por su calidad literaria sea cumbre
de la literatura fantástica y sus amores incestuosos fascinantes,
no hay que desdeñar un ejemplo de amores perversos en familia
en una de las obras más destacadas de principios del siglo XX.
Nos referimos a Las hazaña de un joven don Juan, de Guillaume
Apollinaire. Las hazañas de un joven don Juan es una de las obras
en las que el erotismo y la ironía se unen con más asombrosos
resultados. Maligno, lúbrico, casi demoniaco, Apollinaire juega
con los instintos del lector, calienta su imaginación y le hace
dudar si en verdad es erotismo lo que se le ofrece o es un infame juego
de espejos deformantes que pretende mostrar al lector desprevenido sus
más ocultas perversiones.
Apollinaire nos cuenta la historia de Roger, el hijo de un matrimonio
de la alta burguesía francesa, que se marcha de vacaciones a
su castillo en el campo, con su madre, su tía y dos de sus hermanas;
fornicará -salvo con su madre- con todas las mujeres de su familia
y con casi todas las del servicio. Por delante, por detrás, por
arriba y por abajo. Las hazañas de un joven don Juan es un pequeño
catálogo de perversiones y pecados; incluso viola el secreto
de confesión al escuchar las revelaciones íntimas que
todas las mujeres del castillo hacen al cura, incluyendo la confesión
de las perversiones sexuales de su padre, que le complacen extremadamente.
Hay sodomía, felaciones, homosexualidad entre mujeres, estupro,
incesto, lamidas de ano, olores de excrementos que le excitan... Es
todo un inventario de depravaciones que más parece escrito para
ironizar sobre la literatura pornográfica y sobre los vicios
de la sociedad francesa que para excitar, aunque es un libro de los
que se puede "leer sólo con una mano" en apropiada
expresión de Luis García Berlanga. Finalmente, todas las
mujeres del particular harén de Roger (dieciséis añitos,
una figura del arte sexual a tener en cuenta) quedan embarazadas por
el joven semental incluyendo a sus hermanas- y son convenientemente
casadas con sendos pobres hombres. Parece casi una ironía propia
de una obscena novela de Retif de la Bretonne y una crítica al
"Antiguo Régimen", ya que la servidumbre -y las mujeres
en particular- nunca son consideradas como personas sino, casi, como
objetos, al modo pre-revolucionario. Es curioso que en esta catálogo
de preñadas, no figure la madre; incluso el impío Apollinaire
parece temer la máxima expresión incestuosa, la procreación
con la propia madre, ya que se conforma con que su joven protagonista
deposite la blanca simiente de su amor en el vientre de las hermanas,
quizá más joven y jugoso y menos atemorizante que el de
la madre, símbolo quizá de milenarios temores imposibles
de superar.
Apollinaire, seudónimo de Guillaume Kostrowitzky, amigo de autores
como Picasso, Braque, Max Jacob, Paul Eluard, Louis Aragon, Alfred Jarry
y André Breton, personaje heroico, glorioso, excesivo en lo bueno
y lo malo.
¿Es acaso nuevo este interés por los amores incestuosos
que encontramos en la literatura fantástica del siglo XIX y de
principios del XX? Sófocles ya lo había tratado en Edipo
Rey, lo podemos encontrar en el Génesis, en los amores entre
Lot y sus hijas, o en el cuento Piel de Asno, de Perrault; en la mitología
con los ejemplos de Cronos y Rea, Zeus y Hera, y en el Siglo veinte
llegaría Anaïs Nin con su Incesto.
Hay alguna razón profunda para que se muestre este interés
por las relaciones sentimentales fraternales, ya que al igual que en
la Biblia o en textos del entorno cristiano, griego o romano, encontramos
historias de amor entre hermanos en el antiguo Egipto. Será en
el Imperio Nuevo, cuando la literatura alcance su máximo desarrollo.
Ahora responderá a una sensibilidad completamente nueva ya que
en la sociedad egipcia se ha generado un proceso de modernización,
abriéndose al amor, a lo inmediato y a la intimidad. Como consecuencia
de esa modernización aparece la poesía amatoria. Los amantes
se comunican de diferentes maneras, llamándose hermana y hermano
en los textos. Esto ha provocado que algunos especialistas consideran
que en Egipto era habitual el incesto, lo que ahora se descarta casi
totalmente, excepción hecha de los faraones que sí casaban
con sus hermanas. No obstante, si los faraones se casaban con sus hermanas,
no hay que descartar que esta práctica fuera bien vista por el
pueblo, ya que como dijo Marx la moral de las clases dominantes es la
moral dominante, y que las relaciones afectivas entre hermanos o entre
familiares en un grado más lejano estuviera bien vista, lo que
hizo que los poetas la cantaran. Posiblemente entre aquellas palabras
dulces, se encontraran hermanos así llamados como
forma poética y hermanos que compartían ADN. Es incluso
probable, que en algunas de aquellas sociedades lejanas en el tiempo,
fuera algo más habitual que ahora, ya que las modas cambian y
las perversiones, o lo que se considera perversión, difiere en
cada momento histórico. Puede que el hombre haya estado genéticamente
inclinado a evitar el incesto, pero la tentación de lo prohibido
sea tan antigua como la prohibición misma.
Hay estudios científicos que pretenden demostrar que incluso
los animales inferiores tienen una cierta sensibilidad hacia la propia
casta o pertenencia a un grupo. Cito textualmente un artículo
de la revista Investigación y Ciencia: Un experimento reciente
con un animal caníbal ha prestado respaldo a la teoría
de la selección de parentesco, una extensión de la selección
natural de Darwin. Cuando a los renacuajos del sapo Scaphiopus se les
da de comer presas animales enteras, éstos se desarrollan en
una fórmula especializada que devora a los miembros de su propia
especie. Pero suelen evitar comerse a los parientes próximos.
La hipótesis de la selección de grupo fue propuesta en
los primeros sesenta por el evolucionista británico William D.
Hamilton. Afirmaba que la selección natural prima los genes que
hacen que los animales se comporten de forma más altruista con
sus parientes próximos que con ortos individuos sin relación
familiar. El auxiliar a los parientes favorece el que los genes se extiendan
por la población porque es probable que los parientes próximos
sean portadores de copias de los mismos genes.
Quizá por ello Voltaire hiciera decir en La princesa de
Babilonia a la princesa, Mi voluntad es separarme nunca
de mi primo hermano. Y quizá por ello afirmara el Fénix
que su voluntad era seguir a cualquier parte a estos dos finos
y generosos amantes
Y un último ejemplo. En la novela La mutación del
primo mentiroso de Francisco Nieva, el protagonista es hijo de
dos primos incestuosos, purificando así el pecado su amor, y
el protagonista, a su vez, se enamora de su primo Lambert, quien tiene
fantasías eróticas con su madre. Quizá sea mejor
que todo quede en casa.
Esta teoría nos aporta una razón más para el afán
de depositar cuanto más cerca sea posible los amores de nuestros
personajes de ficción, pues no son más que fantasmas de
nosotros mismos. Y quizá, lo que llamamos fantasmas,
no sea sino la expresión de las informaciones que transportan
nuestros códigos genéticos y que en nuestra incapacidad
e incomprensión damos en denominar como algo evanescente, literario,
estético, más que como una realidad que nos marca de un
modo indeleble. Así que, posiblemente, el Infierno no sea sino
el miedo de asumir lo que está escrito en nuestros genes y que
se deriva de experiencias y miedos tal vez milenarios y con dudosos
fundamentos.
INCESTO LITERARIO