Proust, el placer que vive en los sueños

Proust, el placer que vive en los sueños

La raza de los malditos


El escritor es un compendio de fantasmas que se apoderan de su pluma y que deciden qué se debe escribir. Ningún escritor elige sus temas, -vana pretensión- sino que son lo temas los que eligen al autor que los ha de plasmar. Sin los salones lujosos, sin la homosexualidad masculina, sin el lesbianismo, sin las muchachas en flor amadas en la lejanía, en el recuerdo, en su intangibilidad, sin la omnipresencia de la madre, sin el esnobismo, los amores imposibles y los bailes de la nobleza, no hubiera existido ese escritor que físicamente nació en París en 1871, que vivió hasta 1922 y que dio el pistoletazo en la sien a la novela decimonónica para dar por inaugurada la novela del S.XX. La novela de un siglo no nace hasta que muere la del siglo anterior.

Marcel ProustMarcel Proust -tuve el honor de sentarme en su tumba en París, una tumba negra, sencilla, y hablar con él, un rato antes de entrar en un bar a tomar una baguette- es reconocido por "En busca del tiempo perdido", obra que aparece en 1913 y que marca un nuevo camino para la narrativa. Afirma Francisco Umbral que "La recherche es un libro escrito a mano, con palillero y tintero, con plumín de pico de ave, que es el que hace esa caligrafía de gordos y finos que vemos o adivinamos en la escritura de Proust. Pero así hasta siete mil páginas, más todo lo que no conocemos. Claro que el tiempo tenía otro valor entonces, un valor decimonónico, y la gente escribía novelas larguísimas, no para distraer a los lectores, sino para distraerse ellos, los autores, que no se puede estar toda la tarde diciendo palabras de amor y toda la noche haciendo el amor. El escritor o la escritora deben inventarse algo contra el amante, que es insaciable, y el mejor algo es la literatura. Vivían más despacio, hacían viajes más largos, también los veranos eran más largos, y lo dijo uno de los genios del 27, Jorge Guillén: Largos veranos de la infancia, horas tendidas sobre playas. Atendamos al toque simbolista del segundo verso. Lo que está tendido sobre la playa no son los cuerpos ni las ropas ni los libros, sino las horas mismas. Ahí el hallazgo poético, el oximorón continuo de los poetas"
Pero, si bien "La recherche", en sus miles de páginas de imágenes literarias es una de las obras que nos parecen de lectura imposible de obviar, no lo son menos sus relatos de juventud y aquellos que en escribió en plena madurez, una selección de los cuales están recogidos en este "La raza de los malditos". En ellos se encuentra, en impactos súbitos, su explicación de la homosexualidad masculina, del lesbianismo, la extraña relación con su madre, tótem sagrado y burlón sin cuya presencia hubiera sido incapaz incluso de pedir el té a la servidumbre, carcelera y amante, y su amor por la mujer en flor, joven, bella, delicada, pura, intangible y lejana, un amor incomprensible para el hombre-hombre, pero quizá el único para el hombre-artista-espectador, que vivió hacia adentro y que imaginamos protegido por las paredes de su casa, por los trajes lujosos, por las amistades aristocráticas, por las refinadas costumbres decimonónicas y los refinados pecados. Afirma Proust en uno de sus relatos de juventud, ante la confesión del lesbianismo de la mujer amada -por supuesto, platónicamente- "no hay una jerarquía establecida entre los amores estériles y no resulta menos moral -o en todo caso, no es más inmoral- que una mujer encuentre placer en una relación con otra mujer, que el hecho de que un hombre pueda encontrarlo en la relación con otro hombre". Pero quizá, el pecado en la obra de Marcel Proust no sea sino excusa, decorado para embellecer una vida que a cualquier sensibilidad depurada ha de resultar, por fuerza, insatisfactoria; "Quizás aquellas impresiones me permitan también la delicia de tener un placer imaginado, un placer irreal, el único placer verdadero de los poetas".

Marcel ProustMás importante que el goce físico de un amor es soñarlo; la imaginación está por encima de la realidad. Como dijo Marcel Proust, la imaginación tiene una clara "superioridad sobre las realidades de nuestra vida, incluso las de la inteligencia, de la pasión y del sentimiento, no seríamos capaces de explicar. Pero esa superioridad es tan cierta que es casi lo único de lo que no podemos dudar." Como bien sabía Proust "no podemos ver simultáneamente las cosas con el espíritu y los sentidos".
Un aspecto importantísimo en la obra y la vida de Proust, y que queda muy claro en los relatos de "La raza de los malditos" es la relación con su madre. Proust concebía mil disculpas para que cada noche antes de acostarse su madre le diera un beso, le acompañara unos minutos más. Le pedía que leyera su último artículo o que procurara que hubiera silencio en la casa. Proust sintió veneración por su madre y desde el momento en que la pierda se sentirá solo y vacío.

Era una noche de verano, en la casa en Auteuil; la madre, a quien Marcel amaba obsesivamente, se hallaba junto a su marido, el médico Adrien Proust, atendiendo a un compañero de este. La madre de Marcel Proust no pudo subir al dormitorio de su hijo para el diario beso con el que le deseaba buenas noches. El niño, angustiado, contemplaba desde su dormitorio al grupo que hablaba en el jardín iluminado por la luna. Marcel no pudo conciliar el sueño. Desesperado, abrió la ventana y gritó: ''Mamá, ven, te necesito''. Su madre acudió al dormitorio y procuró consolarlo; el niño comenzó a llorar histéricamente. El criado miró con curiosidad al niño, y su madre le dijo: ''El pobre no sabe lo que quiere ni qué le ocurre, todo se debe a sus nervios''. Marcel saboreó, sin duda, una secreta alegría al ver que el acto que él había considerado como vergonzante era considerado por su madre como algo ajeno a su propia voluntad, incluso algo que favorecía un trato de favor. Este incidente sería la escena inicial de ''A la recherche…" y permite comprender las razones de la extraña relación de amor y dependencia que le unió a su madre. Proust murió el 18 de noviembre de 1922. Dicen que la última palabra que pronunció fue ''madre''. Puede ser, y si no fue así, hubiera debido serlo.
Los primeros años de Marcel Proust transcurren entre un París aburrido, y las vacaciones en Illiers. A los diez años, Marcel vivió una experiencia que marcó su futura vocación de escritor: asistió por primera vez a una función de teatro, y de regreso tuvo su primera crisis de asma. No es ilógico unir la pasión creadora con la enfermedad, ya que en Proust van unidas y quizá sin el encierro que padeció nunca hubiera dejado la vida mundana para recluirse a crear su gran obra. Proust ordenó revestir de corcho las paredes de su cuarto -una habitación de su casa del parisino bulevar Haussmann-, alejándose de los ruidos para poder escribir para aislarse de ruidos, y en la oscuridad y el silencio de la noche escribiría su obra. Cuando Proust abandonaba lo que en muchas ocasiones se ha definido como los "ambientes de vida frívola y mundana" -dulce ingenuidad de las palabras-, se encerraba en su cuarto y escribía durante toda la noche. Su vida, poco a poco, va convirtiéndose en una sucesión de pérdidas y en una profundización de la soledad.
En 1919 Marcel Proust recibió el Premio Goncourt por la segunda parte de su novela, A la sombra de las muchachas en flor. Pero Proust comprende que su vitalidad va desapareciendo y siente el horror que le produce la idea de morir antes de haber concluido su obra. El encierro en su lugar de trabajo, a partir de entonces, sería absoluto. Velaba las noches enteras gracias al café y escribía.

Este noctívago, solitario y huidizo escritor que utiliza el dolor con un fin estético, queda perfectamente reflejado en los relatos de "La raza de los malditos", en los que se puede apreciar su esnobismo cargado de desprecio hacia la gente normal y su predilección más por el ensueño que por la realidad. El snob afirma en uno de estos textos "hay que vivir allí donde el deseo se muestra delicioso" y recuerda a quienes no comprendan sus obras "¿Qué es lo que podrán decirles esas palabras que tienen significados, no sólo que jamás comprenderán, sino que no pueden acudir a su espíritu?" El desprecio al ciudadano medio, desinteresado por la cultura y las cuestiones sustanciales, es claro, tanto como el pavor que le produce enfrentarse con la realidad, tocarla, descubrir que la belleza que ha puesto en su mirada no se corresponde con la vulgar realidad, "Quienes buscan en la realidad este o aquel placer, pueden olvidar, mientras besan a su amante, a la muchacha que les daba sonriente el café con leche." ¿Qué más sublime que besar con el cuerpo a la amada mientras que el espíritu sueña con la mujer que nunca a será realidad? Proust se describe a sí mismo en uno de los relatos por medio de un alter ego, deseoso de reencontrar a la muchacha que amó fugazmente mientras le servía un café en un tren. Ese fugaz e inmaterial encuentro excita sus sentimientos, le provoca el deseo de búsqueda, incluso por encima del deseo de tener nuevas sensaciones. Quizá sea difícil de entender, pero ya ha quedado claro que Proust no esperaba ser entendido por la multitud.


Proust, el placer que vive en los sueños

Sólo nos queda aceptar su forma de ver la realidad (o los sueños) y entrar en ellos. En "La raza de los malditos" los describe de un modo nítido y sin tapujos. No hay excusa para no convivir con sus fantasmas.

Según Umbral, "anda por ahí, en subastas, el tintero de Marcel Proust, que también tiene su historial. Lo más que queda de la gloria de un genio es el tintero. Me gusta tanto Proust que no entiendo a los que leen otras novelas. De su tintero nacieron unas grandiosas memorias -que no novela-, y uno, que escribe en máquina vieja, como Azorín, y de madrugada, como Azorín, cuida la calidad de página más que la continuidad del relato, como el propio Marcel. Del tintero de Proust nace toda la novela del siglo XX."

De los relatos de "La raza de los malditos" nace la comprensión de los siete volúmenes de "La recherche" y de muchos de los principales fantasmas de la literatura del S.XX.

El siglo XX sufría, de la tinta de Proust, una de las primeras convulsiones que habría de sobrellevar, pero por el contrario de lo que posteriormente habría de suceder, la que Proust provocó fue una convulsión tan dulce como un exquisito té aromatizado por el perfume de las rosas frescas que había puesto en un jarrón una joven viuda a la que amar sin rozar apenas su piel.

Miguel Angel de Rus
(Prólogo del libro de Marcel Proust La Raza de los malditos)


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