Carta abierta a una chica progre
Autor: Francisco Umbral
(Narrativa, 21)
10 Euros - 112 páginas
ISBN: 978-84-96115-15-1
La muchacha a la que escribe y describe Francisco
Umbral no es la romántica y blanquecina virgen de camelia en
el pecho, sino la real hembra hay reales hembras de quince años-
que tiene la regla, senos conscientes de su poder y un piercing en el
ombligo; la chica progre de Madrid, de Barcelona, de Sevilla, de Valencia,
y también la recién llegada de la provincia de tedio y
plateresco, la muchacha que huye del futuro espantoso de marido funcionario,
hijos en el colegio público de la pequeña capital remorata,
y paseos dominicales por la calle Mayor, antes de tomar un somnífero
o un bote de ellos- para soportar la realidad. La realidad del
siglo veintiuno, que no será espiritual por mucho que quieran
los poetas, sólo se puede soportar mediante las drogas o la estulticia.
La muchacha progre lo sabe y huye.
A la chica progre amada por Umbral la amamantaron con prohibiciones
y ahora vive en la pura transgresión, es mera transgresión,
aunque sin saber que la transgresión que ha elegido es la que
impuso el Imperio por aquellos años sesenta de revueltitas estudiantiles
a quienes concedieron incinerar los sostenes, sexo, droga y rocanrol
a cambio de no tocar ni el poder político y el económico
que son los únicos que merece la pena poseer y que son el mismo.
Si bien es una novela que se lee con un continuo interés, -y
sin suda una de las obras más importantes de uno de los escritores
españoles más importantes del último siglo- es
un texto en el que Francisco Umbral ha dejado frases brillantes que
resaltan en el conjunto: Lo que Occidente busca hoy en Oriente
quizá no sea una filosofía, una doctrina, una forma de
vida, una estética, sino simplemente un poco de mugre.
Tú sola menstruabas en un mundo de pureza, tú -única
culpable- llevabas en ti el pecado, la hediondez, la muerte, en aquel
reino de la luz, los lirios, las vidrieras y los salmos. Serías
mujer, pues. No había dicho su palabra el cielo, sino el infierno.
Condenada para siempre a ser real, de carne y hueso, de sexo y sangre.
La Historia te presentaba una imagen grandiosa del hombre. Julio
César, Alejandro, Platón, Goethe, Galileo, Cervantes,
Napoleón, Rodolfo Valentino, Carlos V, Pemán, Heráclito
y Charlot. El hombre es un gran relaciones públicas de sí
mismo, ya sabes. Pero el hombre que tenías ante ti, en torno,
era otra cosa. La encarnación del hombre, para tus ojos colegiales,
era el profesor asmático de Geografía, el portero cojo
de tu casa, tu padre malhumorado. El mundo de los oprimidos,
cuando se manifiesta, ha de ser siempre así, mediante el grito,
el desafuero, el exceso. La mujer, como el negro y el obrero,
sólo accede a la Historia por la vía de lo excepcional.
En España, o canta flamenco o se casa con un duque. Si no, a
la cocina a planchar. En España, los españoles
seguimos siendo unos de otros: los hijos son de los padres, las mujeres
son de los hombres, los pobres son de los ricos. En esta obra,
Umbral desnuda su interior con una crudeza inusual: Yo ya no soy
un joven progre porque se me está pasando la juventud y porque
he progresado, quizá, todo lo que tenía que progresar,
aunque nunca es suficiente, ya sabes. Una lámpara, una mecedora,
una máquina de escribir. Los libros y la foto de mi hijo. Eso
es todo. No es nada. Toda la casa se ha quedado de nieve y soledad,
y aquí estoy, hibernado, invernando, con mi tos, mis libros,
mi máquina, mi amor y mi tristeza. Todo muy decadente
Francisco Umbral había publicado anteriormente en Ediciones
Irreverentes las obras República bananera USA y Diccionario
para pobres.